24 de mayo de 2014

Cibeles o Neptuno

COMO se sabe, a la fuente de Cibeles de Madrid acuden los hinchas madridistas a celebrar las grandes victorias futboleras de su equipo desde hace unos cuantos años. Ello se debe a que es el monumento más emblemático de la ciudad y se ubica en el centro de una gran plaza donde hay espacio suficiente para albergar a miles de sujetos enardecidos y, sobre todo, agua para darse un chapuzón en un tiempo ya casi veraniego. Y no, en verdad, porque Cibeles (debería decirse Cíbele, ay) sea reconocida por ellos como una diosa muy antigua y muy lejana y merecedora de todos los respetos.

Cibeles proviene de Frigia (Asia Menor) y pasó a Grecia como Rea; después a Roma, donde fue más popular. Era una diosa identificada con la naturaleza, la tierra y la fecundidad. Para los romanos fue la Gran Madre de los Dioses. En Madrid, desde el siglo XVIII, adorna la fuente a la que da nombre. 

La diosa viaja en un carro tirado por dos leones (son Atalanta e Hipómenes, a quienes transformó en leones por haber hecho el amor en uno de sus templos). En la mano derecha lleva un cetro, en la izquierda una llave; en la cabeza, una corona de almenas y torres. 



Los atléticos celebran sus títulos en la fuente de Neptuno, el dios del mar y de las tempestades, no lejos de la plaza de Cibeles. El Neptuno madrileño se yergue sobre una concha que arrastran dos hipocampos (seres marinos mitad caballo mitad pez), acompañados por delfines y focas. El dios sujeta su típico tridente en una mano, en la otra una serpiente.  

El mimetismo de las dos aficiones salta a la vista y nosotros no entramos en quién fue la primera en acudir a cada fuente ni desde cuándo. Sólo queremos que hoy o mañana, Cibeles o Neptuno, no sean destrozados y se les reconozca como dioses de la mitología clásica, disciplina que, no por su culpa, ignoran no pocos de los que hasta ellos se acerquen esta noche después del partido.

7 de mayo de 2014

Amor bajo el Vesubio

PASA con Pompeya (Pompeii, 2014), de Paul W. S. Anderson, que, bajo un título tan pretencioso y con un presupuesto de 100 millones de dólares (103 tuvo Gladiator), esperaríamos una película original e imaginativa y lo que nos encontramos es un producto de serie B mediocre y francamente aburrido. En efecto, la trama es endeble, los personajes no pasan de arquetípicos y los diálogos resultan insustanciales. La mayoría de las escenas —incluyendo muchos planos— recuerdan escenas semejantes de películas anteriores del género. Los péplums de serie B de antaño al menos tenían una gracia y un desparpajo que a este le faltan.   


¿Y la historia de amor? Sólo puede convencer al público infantil. 'Tú amas los caballos + yo amo los caballos = nosotros nos amamos', es la pobre ecuación que sustenta la relación entre los guapos protagonistas, la noble pompeyana (Emily Browning) y el esclavo celta convertido en gladiador (Kit Harington), pertenecientes a dos clases sociales opuestas. (Ella, por cierto, de aspecto nada mediterráneo; y él, tampoco muy celta que digamos). 

Polvo serán, mas polvo enamorado...
El diseño de producción muestra, como no podía ser menos, algunos escenarios de 'cultura clásica'. Una calle principal animada de gente, tenderetes y cauponas con viandas humeantes. La lujosa villa de la joven Casia, que merece especial consideración. Un campamento militar ubicado entre la ciudad y la susodicha villa. La representación de un «drama histórico» en el anfiteatro a cargo de soldados y gladiadores. La topografía de la ciudad y la estructura del anfiteatro, que se visualizan en planos aéreos. Y poco más.

La erupción del Vesubio traslada Pompeya al género de catástrofes naturales. Pero aquí también nos sentimos decepcionados. Los efectos especiales, sin ser malos, no están a la altura de otras películas más brillantes del pasado reciente, como Lo imposible (2012) o los primeros minutos de Más allá de la vida (2010). Desde el punto de vista «científico», hay también reproches: no existieron el gigantesco tsunami ni los proyectiles de lava que parecen teledirigidos por los dioses con gran puntería contra los malos.

Lamentablemente, se ha perdido una ocasión de oro para hacer un clásico del péplum.

Pompeya (2014)