31 de diciembre de 2014

'Annus horribilis' / 'Annus mirabilis'

CADA año puede ser el annus horribilis de cualquiera.


La expresión annus horribilis ('año horrible') la puso en circulación la reina Isabel II de Inglaterra en 1992, año que fue nefasto para la monarquía británica, y de nuevo por influencia anglosajona está muy extendida en el ámbito periodístico, donde es utilizada al final de cada año para hacer el balance desastroso de un personaje, una institución o cualquier otra cosa. Aunque no tiene ya por qué referirse a las monarquías, le cuadró perfectamente a la española para el 2007 por las razones que figuran en la Wikipedia.

Los periodistas, muy dados a incorporar novedades léxicas a sus crónicas y ponerlas en los titulares, han transformado, o más bien deformado, la expresión latina hasta el punto de escribir mes horribilis, semana horribilisdía horribilis e incluso (quis crederet!) minuto horribilis. Son periodistas sin latín, no por culpa suya, creo, sino del sistema educativo, que, como en otros casos, posibilita desempeñar profesiones sin un mínimum de conocimientos propios de esas profesiones. ¿Acaso los eurodiputados españoles saben idiomas? No nos referimos a latín, claro, sino a cualquier idioma.


En el sintagma en cuestión al adjetivo latino acompañan sustantivos en español, creándose un híbrido espantoso y rechazable. Los dos términos o van en latín (mens, septimana, dies horribilis..., lo que se nos antoja muy improbable) o van en español. A veces el dislate queda disimulado al extraerse el sustantivo del entrecomillado que da forma al sintagma ('día «horribilis»').

La reina Isabel II utilizó la expresión latina por analogía con otra más antigua, annus mirabilis ('año maravilloso'), que es el título de un poema de John Dryden referente a 1666. Año maravilloso este, a ojos del poeta, porque, llevando el número del diablo, no ocurrieron en Londres más calamidades aún de las que ocurrieron. Año maravilloso también para Newton, pues en su transcurso desarrolló el cálculo integral, estableció la composición de la luz blanca y concibió la idea de la gravitación universal. Newton, que, por cierto, fue uno de los últimos científicos que escribieron sus obras en latín.

 

14 de diciembre de 2014

Griego y latín a contracorriente

CONFIESA Luis Racionero (Seu de Urgell, 1940) que fue obligado por su madre a estudiar una carrera de Ciencias, aunque él prefería haber hecho Filosofía y Letras, por la rama de Historia, que era lo que le gustaba. 

Por esta razonable sinrazón, Racionero se convirtió en ingeniero industrial, en licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad de Barcelona, en doctor en Economía por la Universidad Autónoma de Madrid y en doctor en Urbanismo por la Universidad de Berkeley. 

Resaltamos a propósito este su currículum académico para, con toda ingenuidad, poner de manifiesto ante el lector cómo un a la postre falso hombre de ciencias recomienda, en el texto periodístico que ponemos debajo, el estudio del griego, el latín y la cultura clásica en carreras técnicas y en la enseñanza media. 

Racionero tiene en su haber unos treinta y cinco libros, más ensayos que novelas, entre ellos una interesante autobiografía titulada Memorias de un liberal psicodélico (2011), escrita de forma fresca y amena, en la que relata su trayectoria intelectual, desde su conocimiento y divulgación en España de las filosofías orientales y culturas underground hasta su paso por la Biblioteca Nacional.

Recuerda en ese libro a los magníficos profesores de Berkeley («Asistir a algunas de las clases de la universidad me resultaba tan grato como ir al cine»), cuyo enfoque humanístico en el máster de urbanismo le abrieron horizontes. Recuerda el día en que Spiro Kostof explicó los edificios de la Acrópolis de Atenas mediante una recreación visual y auditiva de la procesión de las Panateneas, que culminó con unos versos de Esquilo y el aplauso generalizado de los estudiantes, el suyo el primero. La amplitud de conocimientos de Richard Meier le hizo querer ser un hombre universal. Son dos simples ejemplos.

Por «hombre universal» de nuestros días creemos entender la unión en un solo individuo de filosofías orientales y occidentales, ortodoxas y heterodoxas (o contraculturales), humanísticas y técnico-científicas, siendo compatibles en él el individualismo de un libertario y el cosmopolitismo de un viajero, el capitalismo rampante y la solidaridad hippyla meditación budista y la conversación en el ágora. ¿Es esto posible? Al menos en Racionero, sí.     

Racionero se ha interesado por Leonardo da Vinci, emblema del hombre universal del Renacimiento, la Florencia de los Medici y la Atenas de Pericles. Para escribir sobre el primero viajó a Florencia, se entrevistó con Eugenio Garin («hablaba de Ficino y de Pico della Mirandola como si los hubiese visto la noche antes») y se acercó en autobús a Vinci. Con Atenas de Pericles, en cambio, ingresó en el gremio de los plagiarios…  

Recomendar en los tiempos actuales el estudio de las lenguas y culturas grecolatinas por quien en su día nadó culturalmente contra corriente vuelve a ser un acto de valentía contra el actual sistema cultural y educativo, y así se lo reconocemos.   

GRIEGO Y LATÍN
Por si fuera poca la especialización que conlleva la tecnología actual, nuestros queridos gobernantes se suman al carro de la deshumanización y amenazan con eliminar el griego y el latín de la enseñanza media. Con todos los respetos, quien esto escribe opina que, por el contrario, debería introducirse un curso entero de humanidades en las carreras técnicas, y se lo dice desde la experiencia —casi diría ordalía— que le confiere el haber completado, hasta el doctorado, dos carreras de ciencias.

Es improcedente, vulgar y bárbaro saber cómo se hacen las cosas sin saber por qué se hacen. Casi diría que es inhumano, pues lo que nos distingue —según dicen— de los seres no pensantes, es reflexionar sobre lo que estamos haciendo. El contenido de las asignaturas de humanidades —cuya base es el griego y el latín— consiste en lo mejor que se ha pensado y escrito sobre la condición humana. Los defectos y las virtudes de griegos o romanos son los nuestros; los siete pecados capitales siguen aquí, aunque hayan pasado de moda el carro, la bicicleta o la guillotina. La condición humana ha cambiado muy poco en 2000 años y si nos enfrentamos a los mismos problemas que los griegos, necios seríamos al ignorar las soluciones que ellos les dieron.

El lector puede hacer una prueba: tome las cartas de Séneca a Lucilio; en ellas encontrará todas las situaciones, escollos, problemas, soluciones, errores, buenos deseos, propósitos y desastres que conoce en su propia vida. ¿Cómo es posible que Séneca escriba de cosas tan actuales? Porque la estupidez es intemporal.

Ahora que los jóvenes ambiciosos quieren ser yupies, no estará de más recordar que los banqueros de la City londinense son licenciados en humanidades por Oxford y Cambridge. El imperio británico fue administrado por gentes educadas en las humanidades, no en análisis de sistemas.

Unas asignaturas más de técnica, ganadas a costa de la literatura e historia antiguas, de las lenguas muertas, no cambiará el nivel de los ingenieros; en cambio, una dosis de humanidades le puede cambiar la vida a muchos. Quizás sea eso lo que no se desea: que los técnicos tengan criterio. ¿No es ésta la idea matriz de la democracia, que necesita ciudadanos educados —todos— para decidir sobre la "res publica"? Al final, si uno lo mira bien, resultará que eliminar el griego y el latín de las escuelas es un atentado contra la democracia.                                              

                            Luis RACIONERO, Republica.com 10-11-2013                                                                                                







Luis Racionero, Memorias de un liberal psicodélico, Barcelona: RBA, 2011, pp. 42-48; 165; 383.

23 de noviembre de 2014

La 'hybris' en el mundo financiero

La hybris es un concepto religioso de los antiguos griegos que nos parece intemporal. Hybris era la soberbia exhibida contra los dioses, generalmente consecuencia de una ofuscación previa (áte) y seguida inevitablemente de un castigo (némesis).

Algunos ejemplos de esta soberbia los tenemos en la mitología. Níobe se jactó de tener más hijos que Leto, que sólo dio a luz dos, Apolo y Ártemis, dioses gemelos hijos de Zeus, mientras que ella tuvo doce, según la versión de Homero (Il. XXIV, 605-612). El castigo recibido por su jactancia de maternidad fue que seis flechas de Ártemis acabaron con sus hijas y seis flechas de Apolo con sus hijos. 

En otro pasaje cuenta también Homero que Eurito, rey de Ecalia, experto en el manejo del arco, desafió al propio Apolo y éste lo mató por arrogante (Od. VIII, 223-228)

Agamenón, Aracne y Marsias pagaron caro su atrevimiento a manos de dioses vengativos (Ártemis, Atenea y Apolo), en otros tantos episodios de la mitología muy conocidos. Agamenón se vio obligado a sacrificar a su hija Ifigenia, Aracne fue convertida en araña y Marsias despellejado vivo. Los tres pecaron de hybris.  

La soberbia, la antigua hybris, está presente también en el mundo financiero actual. Un libro de economía (Cómo acabar de una vez por todas con los mercados, del matemático y analista económico Juan Ignacio Crespo) con pinceladas «humanistas» y de cultura clásica nos lo recuerda un par de veces.

Una es el caso del bróker francés Jérôme Kerviel, que superó los límites de riesgo de una entidad bancaria y provocó pérdidas milmillonarias y posteriores caídas en las Bolsas. Como lo hizo fraudulentamente, la fiscalía le impuso el castigo de cinco años de cárcel, tres firmes, y dos de inhabilitación como corredor de bolsa, más la multa del agujero que había creado. De este modo llegó la némesis para él.



Otra tiene que ver con lo que el autor considera complejo de superioridad existente en el ámbito académico. Dos economistas norteamericanos, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, después de haber escrito un libro brillante (Esta vez es distinto: ocho siglos de necedad financiera), cometieron un error garrafal de cálculo en un artículo sobre la crisis de deuda por fiar sus análisis empíricos a una hoja de Excel. A ellos la némesis les llegó en forma de ridículo y desprestigio, porque además el error fue descubierto por un «simple» estudiante de doctorado.

Además de esto, Crespo cita en su libro autores clásicos con más frecuencia de lo esperable en un economista: San Jerónimo, San Agustín, CicerónTerencio, este último con su conocida sentencia, Homo sum, humani nihil a me alienum puto 'Hombre soy; nada de lo humano lo considero ajeno a mí'. Se atreve también a indagar la etimología de bróker en sus raíces latinas (< abrocator 'vendedor al por menor'; pero esta cuestión no es tan sencilla...) y, con más éxito, explica latinismos de uso por economistas, como pari passu, entre otros que utiliza y cita (in pectorepost scriptumprincipii petitio, Post hoc ergo propter hoc, Fiat iustitia et pereat mundus...) En la bibliografía final incluye sorprendentemente tres libros de humanidades; uno de ellos, El latín ha muerto. ¡Viva el latín!, de Wilfried Stroh.

El libro de Crespo, al margen de la valoración que se pueda hacer de él en el campo de la economía, revela a un autor que intenta trascender su materia con notas de cultura general y clásica. Aunque esto último sea a veces por vía anglosajona, nos parece algo encomiable.

11 de noviembre de 2014

'Ad hominem'

DOS periodistas con opuesta visión del conflicto catalán, Arcadi Espada, columnista de El Mundo, y Enric Juliana, director adjunto de La Vanguardia, cruzaban argumentos con el fin de convencer a la audiencia de El debate de La 1 (08 oct 2014).

En un momento dado, Juliana lamentó haber sido objeto de un comentario ad hominem por parte de Espada, y el latinismo estuvo un buen rato en boca de ambos periodistas.


Los argumentos ad hominem ('contra la persona') —el término procede del campo de la lógica— son la respuesta defensiva mediante un ataque personal a los argumentos razonados del contrario. Son fáciles de hacer y difíciles de refutar, tienen un efecto poderoso en un momento oportuno, generan dudas y desconfianza sobre el adversario y socavan su credibilidad; son, o suelen ser, falaces. Ocurren, sobre todo, en campañas electorales y debates acalorados en los que los razonamientos ceden a las emociones. 

¿Hubo en ese debate político un ataque ad hominem? Espada se refirió a Juliana como ese hombre que hablaba [en sus artículos] con un toro, que era tercerista [opción política], lo que no era un insulto, según él, sino un elogio que le había hecho engordar dos kilos…

Unos días después, en Antena 3, un episodio de Los Simpsons (T17 E21) ponía un ejemplo más claro de argumento ad hominem. La imposición del creacionismo en la escuela de Springfield por el profesor Skinner (presionado por Flanders y Lovejoy) hace saltar a Lisa Simpson, partidaria de la ciencia y el evolucionismo. Para zanjar la cuestión y desacreditar la teoría darwiniana, Skinner pone un vídeo didáctico "imparcial" que enfrenta dos libros, la Sagrada Biblia, escrita nada menos que por Dios, y El origen de las especies, libro escrito por un borracho cobarde llamado Charles Darwin. Calificando de esta manera a Darwin, el evolucionismo sólo podía estar lleno de mentiras y ser un error científico.


31 de octubre de 2014

Operación Púnica

'OPERACIÓN Púnica': nombre en clave dado a la operación policial contra políticos acusados de corrupción, el más relevante de los cuales es Francisco Granados, número dos que fue de la conocida política neoliberal Esperanza Aguirre.

¿Por qué este nombre?

Punica granatum: nombre científico en latín del granado.

El naturalista Plinio el Viejo (siglo I) habla en su Naturalis historia (XIII 34, 112) de un tipo de manzano, el malum Punicum, 'manzano púnico [= cartaginés]', que recibe el nombre de granatum 'granado', el árbol frutal de la granada, conocida por los romanos gracias a los cartagineses o púnicos.

Da la casualidad de que los cartagineses, púnicos o sus antepasados los fenicios tenían en la Antigüedad mala fama. Salustio (Iug. 108) menciona la Punica fides, deslealtad característica de este pueblo rival de los romanos; Tito Livio señala la perfidia plus quam Punica (XXI 4) y la Punica fraus (XXII 48) calificando las males artes cartaginesas en la guerra, la deslealtad y la traición. En la Odisea de Homero, los fenicios practicaban un comercio lucrativo que repugnaba a la ética aristocrática de los héroes. 

Así es que la metáfora cuadra más de lo imaginado. 

(Pido disculpas por recordar la presencia del latín con el telón de fondo de hechos delictivos. Pero felicito a la mente preclara de la Guardia Civil que tradujo al latín —y no al alemán esta vez— el apellido del pez gordo de la trama.  

Pido también disculpas por la simplona ilustración de este post de urgencia: peor habría sido poner la foto del presunto corrupto. Además, para nosotros los clásicos la granada tiene un significado especial: comer un solo grano de este fruto le bastó a Perséfone para quedar presa en el inframundo la mitad del año como esposa de su tío Hades, precioso mito del ciclo agrario que dejamos para otra ocasión).

8 de octubre de 2014

Decreto ómnibus

A principios de julio del presente año el Gobierno aprobó una "Ley de medidas urgentes para el crecimiento, la competitividad y la eficiencia económica", con 47 medidas lanzadas desde diferentes ministerios, como el de Economía, Hacienda, Industria o Fomento, que modificaban —de un golpe y sin debate parlamentario— 26 leyes de nueve ministerios. 

Ley que inmediatamente fue reconocida como un 'decreto ómnibus' [«para todo»], procedimiento por el que, en un solo documento y una sola votación, se aprueban juntas varias medidas relacionadas con una o varias materias, unas veces de manera rutinaria, otras, como en este caso, acompañado de un tufo antidemocrático. 

El uso más popular en español de ómnibus (dat. pl. del adjetivo latino omnis, -e 'todo') es el de 'transporte colectivo [«para todos»] dentro de una población'.

New York City Omnibus Corporation, No. 2814 © via Flickr

La palabra 'autobús', por otro lado, es un acrónimo de automóvil + ómnibus [autós (gr. 'mismo') + bus (desinencia latina)] que entró en español a través del francés.

También se ha dado el nombre de ómnibus a determinadas cuentas bancarias. Y a la recopilación de varios títulos en un solo volumen.

F. Lázaro Carreter, El dardo en la palabra, Barcelona: Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 1997, p. 461.

21 de septiembre de 2014

Dos 'Hércules' de usar y tirar

ALLÁ por el mes de enero veíamos Hércules. El origen de la leyenda (The Legend of Hercules, Renny Harlin, 2014), patético péplum. 

Aquel Hércules era cualquier cosa menos el héroe mitológico. Era un soldado romano, un gladiador, un acróbata, un superhéroe de la Marvel (con poderes «galácticos» incluidos), un Sansón, un Alejandro Magno y, sobre todo, un tipo bobamente enamorado cuya única meta era, como infinidad de veces sucede en el cine, recuperar a la chica que le arrebataban. Siete cualidades en un solo personaje, por si alguien dudara de su condición heroica. Pero, precisamente por toda esa parafernalia de destrezas, resultaba un anacronismo puro y duro y la película quedaba reducida a un auténtico pastiche. La fidelidad a la mitología y la cultura clásica, por supuesto, no existía, salvo en los nombres de los personajes y en detalles aislados.

Unas bruscas elipsis daban paso en unos instantes al personaje ya adulto y al odio de su hermanastro Ificles. Cosa extraña en el cine norteamericano, en general de buena factura formal y técnica, había dos o tres escenas visiblemente mal resueltas, carentes de raccord. Unos movimientos circulares de cámara acompañaban enfáticamente un insulso diálogo entre Hércules y un capitán aliado.

Veíamos (en el s. XII a. C.) ejércitos y caballería tan bien equipados y disciplinados como los romanos. Había una lucha gladiatoria en una especie de vertiginoso teatro con millones de espectadores digitalizados. Los escudos y cascos aparecían impolutos. Por todas partes flotaban copos de no sabíamos qué… 

El Hércules estrenado en septiembre (Hercules. The Thracian Wars, Brett Ratner, 2014) supera a su predecesor en muchos aspectos cinematográficos (guión, interpretación, dirección artística, efectos especiales moderados...), pero tampoco genera entusiasmo en los espectadores con un mínimo de exigencia.

En esta ocasión, Hércules ha completado ya sus Doce Trabajos (tres de ellos aparecen muy breve, pero espectacularmente, resumidos: la hidra de Lerna, el jabalí del Erimanto y el león de Nemea) y lleva con escepticismo la fama que le precede durante sus andanzas como mercenario al mando de una especie de Equipo A mitológico. Son sus compañeros Anfiarao, Autólico, Atalanta, Tideo y Yolao, su sobrino: los nombres y algunas de sus cualidades y detalles están prestados de personajes «reales» de la mitología, pero nada más; cada uno aparece con su personalidad y sus armas diferentes. A cambio de su peso en oro, Hércules se aviene a participar en la guerra de los tracios que señala el subtítulo original y actuará como un general que instruye y arenga al inocente ejército tracio.


Entre los disparates más notorios de la película está situar parte de la acción en Atenas en el preciso año de 358 a. C., a pesar de ser Hércules un héroe tebano anterior a la Guerra de Troya homérica, que pudo tener lugar entre los siglos XII-XIII a. C., y hacerlo en el reinado de un Euristeo que ni era ateniense, sino micenio, ni dio muerte a la esposa del héroe, Mégara, y a sus hijos.  

Los títulos de créditos finales se acompañan con un espectacular cómic animado de gran valor artístico a imitación del que aparecía en 300. No en vano la película está basada en un cómic (de Steve Moore y Admira Wijaya) que habrá sido el hilo conductor de todo el filme y que no conocemos.

La fantasía no es respetuosa con los aspectos esenciales del mito en el cine comercial (americano) ni le importa. La mitología sólo es otro escenario más para las mismas historias de siempre. Al menos así lo hemos vuelto a comprobar por enésima vez en estas dos últimas versiones de Hércules. 
  
Hércules (2014)  
Hércules. El origen de la leyenda (2014)  

6 de septiembre de 2014

Ostia, el bullicioso puerto de Roma

LOS últimos descubrimientos arqueológicos en Ostia Antica revelan una ciudad de mayor extensión que Pompeya.


Ostia (lat. ostium 'desembocadura'), a 23 km al SO de Roma, fue fundada en el s. IV a. C. como un puesto fortificado (castrum) para controlar el acceso fluvial a Roma a través del río Tíber. De colonia militar pasó a ser importante ciudad comercial durante la República.

      





A lo largo de cinco siglos alcanzó notables dimensiones. En el s. I a. C. conoció nuevas murallas y tres entradas: Porta Romana, Porta Marina y Porta Laurentina. La calle principal (decumanus maximus) tenía nueve metros de ancho y casi dos kilómetros de largo. La intersección de las calles cardo y decumanus recuerda el origen militar de la ciudad. 

Las mercancías llegaban a Roma en pequeñas embarcaciones (naves codicariae) que remontaban el Tíber arrastradas por tiros de bueyes. Quien se dirigiera a Ostia por tierra debía tomar la via Ostiensis, que encontraría flanqueada por tumbas y sepulcros, según la costumbre, y llevaba hasta la Porta Romana, la entrada principal de la ciudad.

Entre la época de Domiciano y la de Adriano, la ciudad adquirió la fisonomía cuyos vestigios hoy conocemos, con sus grandes edificios públicos, sus almacenes (horrea) y sus altas casas de ladrillo de varios pisos, llamadas insulae

Edificios públicos destacados eran el teatro de tiempos de Augusto; el Foro de época de Tiberio, con restos de las columnas de su pórtico; un nuevo Capitolium de época de Adriano, precedido por una gran escalinata ante la cual quedan restos del altar; la curia y una basílica, edificadas en el Foro en época de Trajano; edificadas en época de Adriano, las termas de Neptuno.

En determinados barrios se multiplicaron los horrea, almacenes donde se depositaban cereales, aceite y vino, que garantizaban el abastecimiento de estos productos en Roma.



Hoy en Ostia se conservan intactos edificios privados, como las insulaeviviendas de alquiler de hasta cinco pisos de altura. En la planta baja de estos bloques se abrían al público las tabernae ('tiendas'), donde se podían comprar mercancías de todo tipo, no sólo vino, como pudiera parecer por el significado moderno de la palabra.

El emperador Claudio decidió crear un nuevo puerto artificial a la derecha del Tíber, que fue ampliado por Trajano con una gran dársena en forma de hexágono perfecto (Portus) y terminado durante el reinado de NerónEl emplazamiento del primer puerto, anterior a estos dos, fue descubierto a finales de 2012. Y la sorpresa se ha repetido recientemente, al haberse descubierto que el Tíber no era el límite de la ciudad, sino que la dividía en dos, y que por tanto ésta era mucho mayor de lo que se pensaba. 

Ostia, una de las ciudades más populosas y cosmopolitas de Italia, llegó a ser incluso mayor que Pompeya. Allí, relacionados con las actividades portuarias, se afanaban carpinteros, fabricantes y vendedores de estopa y de cuerdas (restiones), armadores de barcos (fabri navales), estibadores (geruli), cargadores (saccarii), bomberos (vigiles), buceadores (urinatores, de urina 'orina', porque, además de sumergirse para rescatar cargas hundidas en los frecuentes naufragios, limpiaban pozos, cisternas y alcantarillas), colectivos algunos de los cuales se agrupaban en collegia 'colegios'; funcionarios, pescadores, marineros, pregoneros, ladrones, esclavos fugitivos..., toda una mezcolanza de profesiones, razas y lenguas. 

Actualmente, Ostia Antica es uno de los mejores complejos arqueológicos de Italia, el segundo en importancia después de Pompeya. La superficie total del recinto es de aproximadamente 34 ha, más o menos dos tercios de su primitiva extensión. 

 

19 de agosto de 2014

En el bimilenario de Augusto


SU nombre era Gayo Octavio, como el de su padre y el de su abuelo. Al ser adoptado por Julio César y aceptar ser su heredero, asumió el nombre de su tío paterno, del que pudo distinguirse por el sobrenombre de Octaviano.

En las luchas por hacerse con el poder en Roma tras el asesinato de César, derrotó a Marco Antonio y Cleopatra en la batalla naval de Accio (uno y otra acabarían suicidándose). 

Tiempo antes, cuando él y M. Antonio pensaban compartir el poder, éste le pidió la cabeza de Cicerón, que se había convertido en su implacable enemigo en las Filípicas. No le importó dársela en el intercambio de nombres a proscribir, pese al apoyo político que siempre había recibido del gran orador. 

Cuando llegó al poder, moribunda ya la República, Octaviano realizó un censo y se colocó en la lista el primero a título de princeps, es decir, de primer ciudadano de Roma (de ahí 'principado', el nuevo régimen político). Aparentó devolver poderes al Senado, que le correspondió otorgándole en 27 a. C. el título religioso de augustus ('venerable'). Augusto divinizó a Julio César y se hizo llamar Divi filius ('hijo del Divino'). Además, se antepuso el título de imperator ('comandante') por sus victorias militares, con lo que el hasta entonces Gayo Julio César Octaviano empezó a ser Imperator Caesar Divi filius Augustus


Augusto inauguró una nueva etapa en la historia de Roma que duró cinco siglos (27 a. C. - 476 p. C.), el Imperio o Principado, del que fue el primer emperador. Concentró en su persona los poderes máximos y realizó un cambio total en las estructuras políticas del Estado. Limitó las funciones del Senado, reorganizó las provincias, fortaleció las fronteras, impulsó la economía y reformó la religión y la moral de Roma. Todo ello en medio de una paz duradera tras cinco guerras civiles.


En estas nuevas circunstancias, muchos partidarios de la República y sus valores de libertad contrarios al poder de una sola persona se plegaron a su pax Augusta. En el campo de la literatura, al amparo de Augusto y de Mecenas (su «ministro de Cultura»), Roma alcanzó una aetas aurea eternamente celebrada. En efecto, los poetas Virgilio, Horacio, Propercio, Tibulo y Ovidio, más el historiador Tito Livio y el tratadista Vitruvio, escribieron las mejores obras de la literatura latina (y por ende universal) bajo este nuevo régimen político.

A la muerte de Virgilio, Augusto ordenó que la Eneida no fuera echada al fuego, como el poeta quería por considerarla inacabada, sino que se publicara sin retoque alguno. En el poema, el héroe Eneas estaba destinado a fundar un imperio para gobernar el mundo y con él podía identificarse a Augusto. A Horacio le había encargado el Canto secular, un himno dedicado a Diana y Apolo para glorificar a Roma. A Ovidio, en cambio, lo mandó al destierro tras publicar el Arte de amar, obra de corte erótico que perturbaba los principios morales que deseaba instaurar. 


Augusto estableció su residencia en el Palatino y embelleció Roma. Se gloriaba de haberla dejado de mármol habiéndola recibido de ladrillo, según dice Suetonio (Urbem... sit gloriatus marmoream se relinquere, quam latericiam accepissetAug. 28). En el Foro Romano terminó la Curia, la basílica Julia y los Rostra. Renovó el templo de los Dioscuros y el de Vesta. Mandó construir el templo del dios Julio. Terminó las obras del teatro de Marcelo. Levantó un nuevo foro junto al de César, el Foro de Augusto, presidido por el templo de Marte Vengador que conmemoraba la venganza obtenida contra los asesinos de César. En el Campo de Marte mandó construir el Ara Pacis Augustae ('Templo de la Paz Augusta').



Augusto murió el año 14 de nuestra Era, el día 19 de agosto. 'Agosto' sustituyó como nombre del mes al primitivo sextilis, sexto mes del año empezando por marzo, que era el primero para los romanos. Según Macrobio (Saturnales I 12), fue durante el sexto mes cuando Augusto asumió su primer consulado, cuando entró en Roma para celebrar sus tres triunfos, cuando sometió a Egipto al imperio del pueblo romano y cuando finalizaron las guerras civiles; y por ello el Senado decidió que el sexto mes del calendario se llamase 'augusto'.

Así es que en este año de 2014 que vivimos peligrosamente se conmemoran los dos mil años de la muerte de este gran personaje de la Historia, César Augusto, cuyo legado sigue vivo en nuestros días tanto en Roma como en España.

En España, en algunas de las ciudades originariamente fundadas por él y que llevan su apellido, como Mérida (Emerita Augusta), Zaragoza (Caesar Augusta) o Lugo (Lucus Augusti), se vienen celebrando variopintos actos culturales conmemorativos de esa fecha destinados al público ávido de conocimientos.

En Roma, el mismo Foro de Augusto está sirviendo de escenario para un audiovisual nocturno all'aperto en el que cobran vida piedras y personajes de la antigua Roma. Por estas fechas, se ha sumado a los fastos del bimilenario de la muerte de Augusto el Museo del Ara Pacis, ofreciendo, superpuestos, los posibles colores originarios de los relieves del Altar de la Paz.



5 de julio de 2014

Latín en verano

EL hispanista y gran biógrafo Ian Gibson (Dublín, 1939) lee latín bíblico en verano. Nunca lo habríamos imaginado, no por él, ni por su interés o gusto por el latín, sino por ser éste precisamente latín de la Biblia (la traducción Vulgata de San Jerónimo) y ponerse a leerlo en verano. ¿Latín durante el verano? ¿Latín eclesiástico?

Et creavit Deus hominem... (Gn 1, 27)

Así lo confiesa en el siguiente artículo de alabanza general del latín: 

LATÍN DE VERANO
Tuve la mala suerte de nacer en el seno de una secta protestante cuyo culto ignoraba de manera contundente el latín. El latín era de católicos, de la misa, del Vaticano, de los falsos cristianos con su Papa, su clero célibe, su transubstanciación, su nefasto sistema de confesión oral, su Virgen María, sus indulgencias, sus bulas, sus conventos... Nosotros, que nos considerábamos los auténticos siervos de Jesús, lo rechazábamos, remitiéndonos exclusivamente a la famosa versión inglesa de la Biblia conocida como del rey Jaime (The authorised king James version), ejecutada en el siglo XVII y reputada uno de los mayores monumentos del idioma.

Víctima de tal estulticia, terminé mis estudios universitarios sin haber abierto jamás la Biblia Vulgata. Y tardé unas décadas más en darme cuenta del grave perjuicio que había supuesto para mi formación cultural la exclusión de aquel latín eclesiástico sin el cual no se entiende nada de nuestro entorno. Exclusión que hoy atañe, irónicamente, a toda la cristiandad al haber sometido la Iglesia el —a mi juicio— inmenso, por no decir imperdonable, error de suprimir el latín en la misa y así contribuir al desconocimiento del idioma universal que hoy caracteriza a nuestros jóvenes. 

Universal, sí, ¿cómo ponerlo en tela de juicio? No puedo olvidar mi lectura, todavía adolescente, de un libro del autor anglofrancés Hilaire Belloc, El camino de Roma (The path to Rome). Libro que no he vuelto a ver desde entonces, aunque por internet me entero de que se sigue reeditando. No se trataba del camino hacia la verdad católica, sino de un viaje real —un peregrinaje— emprendido, a pie, por llanos y montes, desde el este de Francia (Belfort, si no me equivoco) hasta la ciudad eterna. Lo que recuerdo en especial es el elogio que se hace allí de la misa latina, de la misa que entonces se podía oír igual en el pueblo más insignificante de cualquier país de Europa —Belloc era un gran europeísta que en la propia catedral de San Pedro. Eso sí que era universalidad y, para los creyentes, un consuelo y un orgullo. De ello sabía mucho James Joyce, cuya deuda para con el latín de la Iglesia queda plasmada en la primera página del Ulises, con la parodia de la misa que corre a cuenta de Buck Mulligan («Introibo ad altare Dei...»).

El latín clásico era otra cosa... una pesadumbre para alumnos y profesores. ¿Cómo diablos hacer grato a los jóvenes el complejo idioma de Virgilio y Horacio, cómo convencerles de la importancia, necesidad u obligación de saber de nominativos y ablativos, declinaciones, verbos deponentes y gerundios? ¿Cómo ayudarles a sortear tanta dificultad gramatical? Un amigo mío tenía la respuesta: habría que cambiar el sistema de cabo a rabo y empezar con una mezcla de latín vulgar y latín medieval, con el latín que ya se hacía menos latín clásico, con más preposiciones y menos desinencias. O sea, que ya se iba convirtiendo en romance. Como ejemplo proponía la Cantilena de Santa Eulalia, de finales del siglo IX, considerada el primer texto literario francés. Recuerdo unos versos: «Buona pulcella fut Eulalia / bel auret corps et bellezour anima / voldrent la vaincre li inimi Dei / voldrent la faire diable servir». Para quien nace hablando francés o español o catalán... apenas necesitan traducción, de modo que pido disculpas: «Buena chica fue Eulalia / tenía un cuerpo bello y aún más bella el alma / quieren vencerla los enemigos de Dios / quieren forzarla a servir al diablo». ¡Pobre Eulalia! ¡Li inimi Dei! Un milenio más tarde Federico García Lorca retomaría el hilo. 

Perdonen ustedes la insistencia, pero quería romper una pequeña lanza a favor del latín, del latín del que todos nos nutrimos cada día sin apenas darnos cuenta de ello. Dicen que se trata de una lengua muerta. No es así. El latín actualizado está más pujante que nunca, es la no reconocida lingua franca de muchísimos millones de seres humanos. Parece mentira que se menosprecie, que se haya enseñado tan mal y que hasta la Iglesia lo tenga ahora abandonado. Si esta nota induce a alguien a abrir la Vulgata y hacer allí un pequeño descubrimiento veraniego, me daré por super satisfecho.

                                  Ian GIBSON, elPeriodico.com, 11-07-2011 

Gibson tiene escrita una novelaViento del sur. Memorias apócrifas de un inglés salvado por España (2001), que se presenta al lector como la autobiografía de un hispanista inglés. Un hispanista irlandés escribe una novela sobre la autobiografía de un hispanista inglés...: difícil no identificar a ambos, autor real y autor implícito, como la misma persona, y difícil no pensar que se trate más bien de una autobiografía disfrazada de novela en la que quizá sólo los nombres estén modificados.

En esta «autobiografía novelada», decíamos, Gibson (perdón, John Hill, su trasunto) revela la gran rigidez de principios de su familia metodista, que prohibía el alcohol, decir tacos y los juegos de azar, como enemigos mortales de sus estrictas costumbres. El presente artículo añade que el latín, por su vinculación cultural al catolicismo, era también detestable para los protestantes. Pero nada más lejos de los posteriores gustos del joven Ian.

Los profesores de latín que aparecen en la obra son recordados con gratitud por el protagonista. En la escuela de Greytowers, un tal Gardner, profesor de francés y de latín, le ayudó, sin darse cuenta, a desarrollar cierta aptitud para los idiomas. Greytowers estaba presidida por el lema o mote latino Per ardua ad astra 'Por caminos difíciles hasta las estrellas', muy del gusto de los anglosajones, que el director explicaba a sus alumnos diciéndoles que «el éxito en la vida se conseguía a base de voluntad y tesón y superación de los obstáculos».   

Más tarde, en Fernhill (un internado cuáquero mixto), Philip Wilson estimuló la afición de Gibson a la lengua latina. Aprendió de él que las lenguas romances no eran más que versiones actualizadas del latín.

Ya en la Universidad, el joven hispanista David Mansfield le hizo ir a las fuentes latinas subyacentes en obras de Rubén Darío, gran amante de la Grecia antigua y escritor del interés profesional de Hill. En el cuento de Rubén titulado «Palomas blancas y garzas morenas», de su libro Azul, aparecía un verso, Mel et lac sub lingua tua 'Miel y leche bajo tu lengua', que Gibson tuvo que consultar en el Cantar de los Cantares: fue así como, de paso, descubrió impresionado un delicioso poema de amor conyugal (Duo ubera tua sicut duo hinnuli 'Tus dos pechos [son] como dos gacelas'), recuerda con arrobo el escritor.


Tras pasar por París y Madrid, Hill acaba por establecerse, igual que Gibson, en España. En un pueblo de Andalucía encuentra una casa y un paisaje ideales para el inglés seducido y salvado que al final ya es por la cultura mediterránea española. En ese momento los poemas bucólicos y campesinos de Virgilio adquieren un nuevo sentido estético con su relectura en latín:
<< Leídos en Inglaterra, los poemas de Virgilio, con el azul del Mediterráneo al fondo, y su evocación de feraces campiñas bañadas de sol, provocaban una especie de intolerable nostalgia o añoranza de sur. Disfrutarlos ahora a dos pasos del Mare Nostrum, en un paraje bellísimo donde Venus había sido objeto de culto, era convencerme una vez más de que había hecho bien en huir hacia el mediodía. Y si las Églogas evocaban una Arcadia idealizada, más griega que italiana, con sus cantos alternativos de pastores amorosos, las Geórgicas demostraban que Virgilio tenía un conocimiento extenso y práctico del campo y de sus usos y productos. Gocé profundamente leyéndole, y mejorando al mismo tiempo mi latín>> (p. 247).
Se ve por tanto que el latín, clásico o eclesiástico, como las bicicletas, también puede ser para el verano.

Ian Gibson, Viento del sur. Memorias apócrifas de un inglés salvado por España, Barcelona: Plaza&Janés, 2001, pp. 50, 54, 60, 87, 247.