14 de septiembre de 2013

Mitología clásica a la americana

PERCY Jackson es un chaval de doce años con hiperactividad y dislexia (salvo para el griego clásico). Le encantan las clases de mitología de su profesor de latín, el profesor Brunner, que se mueve en silla de ruedas motorizada y confía mucho en él. Grover, el amigo de Percy, es canijo y tiene el pelo rizado. La madre de Percy trabaja en una confitería, su verdadero padre nunca ha estado presente en su vida y su padrastro es un indeseable.

Percy está en peligro y sólo estará a salvo en un campamento deportivo con jóvenes de sus mismas características. Allí le llevan su madre y Grover y allí le está esperando Brunner.

Entonces descubrimos que nada es lo que parece; que, en realidad, Brunner es el centauro Quirón, Grover un sátiro protector que aspira a subir de categoría en el campamento, y Percy, un hijo del dios Poseidón. ('Posidón' es la transcripción correcta del nombre, pero extraña al gran público).


Y es que el Olimpo y todos sus dioses, después de haber recorrido varios países de Europa, entre ellos España, se han instalado en los Estados Unidos, como no podía ser de otro modo; concretamente, en la inexistente planta 600 del Empire State de Nueva York (¿nos echamos a reír?). Así, el mundo ha llegado a su Quinta Edad, la Edad del Oeste (la del Imperio Americano, se entiende), que salta a la vista a cualquier joven estadounidense cuando estudia los edificios neoclásicos de su país o ve la estatua de Prometeo en el Rockefeller Center. 

Estas son las premisas de la novela Percy Jackson y el ladrón del rayo, del escritor norteamericano Rick Riordan (n. 1964), que fue llevada al cine en 2010 con bastante fidelidad al texto original (no entramos en las diferencias entre novela y película, que las hay) y ahora tiene su continuación en Percy Jackson y el Mar de los Monstruos

De la biografía del creador de esta serie, ya cerrada, de cinco novelas, publicadas entre 2005 y 2009 bajo el título genérico de Percy Jackson y los dioses del Olimpo, nos sorprende que durante un tiempo se ganara la vida contando mitos clásicos a jóvenes con problemas escolares semejantes a los de su personaje. Una forma de ganarse la vida que la rancia y encorsetada España restringe todo lo que puede. 

En la versión cinematográfica de la primera entrega de la serie veíamos un totum revolutum de seres de la mitología clásica: una furia, un minotauro, los lotófagos, los centauros, una hidra, la medusa, el can Cerbero, el barquero Caronte; y a los dioses infernales Perséfone y Hades en papeles estelares.

 


A cambio de visualizar los monstruos por medio de los efectos especiales del cine del siglo XXI, los puristas de la mitología clásica tuvimos que aceptar pasmados los abusos mitológicos y los guiños americanos sonrojantes de Riordan y/o los productores de la película (el iPod, las Converse), aunque luego son los que más gustan al público juvenil de todo el mundo. Una cosa iba por la otra.

Esta segunda entrega, Percy Jackson y el Mar de los Monstruos, aporta dos nuevos personajes principales: a Percy, Grover y Annabeth (hija de Atenea) se suman ahora una engreída hija de Aresque acaba reconociendo el liderazgo del protagonista, y un joven cíclope de un solo ojo, que es hijo de Poseidón y lógicamente hermanastro de Percy (en realidad, más «legítimo» que Percy, que a juzgar por su nombre, Perseo, debería ser hijo de Zeus). 

Juntos van a buscar el Vellocino de Oro (nada que ver con la aventura originaria), se enfrentan al cíclope Polifemo, a Crono y a otros enemigos y peligros, como el torbellino Caribdis que vemos en el siguiente clip:



Percy Jackson y el Mar de los Monstruos (2013)   
Percy Jackson y el ladrón del rayo (2010) 

Rick Riordan, Percy Jackson y los dioses del Olimpo, Barcelona: Salamandra, 2006-2010; El ladrón del rayo (2006)
Percy Jackson y el ladrón del rayo (Chris Columbus, 2010)
Percy Jackson y el Mar de los Monstruos (Thor Freudenthal, 2013) 

6 de septiembre de 2013

Cultivar la vid siguiendo a Virgilio

EN Catania (Sicilia), en las laderas del Etna, quieren hacer un experimento arqueológico consistente en cultivar viñedos siguiendo las indicaciones de los escritores clásicos Virgilio y Columela

Virgilio, el poeta más importante de la literatura latina y uno de los más grandes de la literatura universal, compuso todo un poema didáctico dedicado a la agricultura, las Geórgicas, y, dentro de él, en el libro II, una buena porción de versos se centraba en el cultivo de la vid (II 274-419). Columela, gaditano de nacimiento, escribió a mediados del siglo I el tratado técnico más completo sobre la agricultura, el De re rustica.

Podemos pensar que Virgilio se familiarizó con la viticultura en algunas de las regiones italianas que conoció: el valle del Po (en Mantua nació, en Cremona recibió su formación inicial), la Campania (en Nápoles compuso las Geórgicas) o la Magna Grecia (en Tarento residió con frecuencia). Ser hijo de campesino no debió de serle inútil en su conocimiento del mundo rural. 

Luego, empapado de autores anteriores que escribieron obras técnicas sobre agricultura, fue animado por Mecenas a componer un poema en el que, entre otras muchas cosas, trata sobre el cultivo de la vid.


...Elegir el terreno (en llano o en pendiente). Alinear las cepas. Espaciar las hileras de forma simétrica. Plantar superficialmente. No orientar el viñedo a poniente. No plantar árboles entre las vides (no avellanos o acebuches; olmos, sí). Plantar en primavera o en algún día frío de otoño. Abonar con abono espeso. Cubrir el abono con piedras absorbentes. Aporcar las raíces. Trabajar el suelo. Arar la tierra. Poner estacas y horquillas de sujeción. Arrancar las hojas con las manos. Podar las ramas. Poner cercas (para que no entre el ganado). Sacrificar un cabrón a Baco (con el mismo propósito). Antes de todo esto, roturar la tierra cada año tres o cuatro veces. Cavar la tierra. Limpiar la maleza. Quemar los sarmientos. Atar las vides. Temer a Júpiter (porque pueda llover o granizar). Vendimiar tarde… 

Son preceptos que el poeta transformó en poesía inmortal, no en ciencia, y que ahora, imaginamos, habrán seguido los investigadores para ofrecernos dentro de unos años una primera cosecha de vino tal como lo elaboraban los antiguos romanos.