20 de diciembre de 2013

Así escribían (y leían) los romanos


AL hilo de la exitosa exposición La Villa de los Papiros, centrada en la práctica de la escritura y la lectura en la antigua Roma, podemos dar un breve repaso a este interesante tema sin salirnos apenas nada de lo que allí se muestra. 

Los romanos escribían en materiales duros, como la piedra o el bronce. Se trataba de una escritura de carácter público, a la vista de todo el mundo. En piedra, vemos inscripciones (inscriptiones) en arcos de triunfo, estelas funerarias, templos o estatuas. Las leyes municipales, más extensas, se ponían en planchas de bronce.

Las paredes exteriores de las casas eran objeto de frecuentes pintadas. Son los famosos graffiti que «decoraban» las calles de ciudades como Pompeya con propaganda electoral, insultos a personajes conocidos, gracietas y obscenidades varias. 

En el ámbito privado, sobre todo en el educativo, los romanos se servían de unas tablillas cubiertas de cera (tabulae ceratae), sobre la que escribían con un punzón o estilo (stilus) de metal, hueso o marfil. El extremo del punzón terminaba en una espátula que servía para alisar la cera y poder volver a escribir sobre ella. Las tablillas, unidas entre sí por un cordel, formaban dípticos e incluso polípticos de varios elementos.

Raspador, tablillas, tintero, punzón y rollo de papiro

El papiro (el antecedente del papel; 'papel' viene de papyrusera un material más noble que procedía de Egipto. Las hojas de esta planta se unían con pegamento natural, se alisaban con piedra pómez, se escribía en ellas con tinta (atramentum) de origen vegetal, disponiendo la escritura en columnas (paginae), y se enrollaban formando un cilindro o rollo (volumen) en torno a una varilla de madera (umbilicus). Para saber de qué obra se trataba, al rollo se le añadía una etiqueta (titulus) y, además, se podía guardar en una caja cilíndrica con tapa (capsa). En el papiro se escribía con un cálamo (calamus) o pluma de caña hueca y tallada en la punta. Había tinteros de distintos materiales y formas; la tinta era negra o roja (rubrum, de donde nuestra 'rúbrica').

Por último, el códice (codex) se fabricaba con la piel de un animal (oveja, carnero, etc.). Se podía escribir por las dos caras del material (llamado comúnmente pergamino, por la ciudad de Pérgamo que propagó esta técnica. Es, por tanto, el antepasado del libro actual; 'libro' proviene de liber, la corteza de los árboles en la que primitivamente se escribía, antes de significar, aún en el mundo romano, algo semejante a 'capítulo o parte' de una obra).

En suma, los principales soportes de escritura en la Antigüedad grecolatina fueron las tablillas, el papiro y el pergamino. Y los formatos de libro por excelencia, el rollo y el códice.

Leer físicamente un libro en la Roma antigua consistía en leer un rollo de papiro. Para ello había que emplear ambas manos, la izquierda para enrollar el texto ya leído y la derecha para desenrollar y descubrir nuevas secciones de la obra, toda la operación en sentido horizontal. Era un proceso lento y nada fácil, más todavía por el hecho de que los antiguos escribían las palabras sin espacios en blanco (scriptio continua). El códice tenía la ventaja de ser más manejable, y entre otras cosas los pasajes de la obra se localizaban mejor. Pero sólo se generalizó a partir del siglo IV d. de C., momento en el que el modo de escritura y de lectura cambió totalmente.

La lectura se practicaba normalmente en voz alta. Era la lectura más habitual en la Antigüedad clásica (aunque también existen testimonios de lectura silenciosa). Algunos romanos pudientes tenían un esclavo o liberto (un lector) que leía por ellos. 

12 de diciembre de 2013

La Villa de los Papiros


LA Villa de los Papiros es una extraordinaria exposición que los estudiosos del mundo clásico no deben perderse en la medida de lo posible (Casa del Lector, Madrid, 18 octubre 2013-23 abril 2014).

La exposición muestra cómo escribían y leían los romanos de la Antigüedad tomando como hilo conductor la Villa de los Papiros, sita en Herculano, ciudad que, junto con Pompeya, fue sepultada por la erupción del Vesubio del año 79. Este lujoso complejo suburbano al borde del mar puede verse reconstruido virtualmente en dos espectaculares audio-visuales en las primeras salas de la exposición. 


(En nuestros días, la Getty Villa de Malibù, en California, reproduce fielmente el diseño de la Villa de los Papiros de Herculano).

En esta enorme mansión fueron descubiertos en 1752 unos 1800 rollos de papiro carbonizados, escritos en griego, que formaban la única biblioteca que se conserva de la Antigüedad. Muchos son obras de Filodemo, un filósofo y poeta griego del siglo I seguidor de la ética de Epicuro. Las enseñanzas de Epicuro tenían lugar en el jardín rodeado de columnas de la casa griega, denominado peristilo, y buscaban conseguir la felicidad mediante el cultivo del placer (un placer sin dolor; placer en griego es hedoné, de donde procede el término 'hedonismo'), el rechazo de la política, el no temor a la muerte y, sobre todo, la amistad como placer supremo:
 << La amistad va recorriendo la tierra como un heraldo que nos invita a la felicidad>>,
leemos en una de las paredes de la exposición, bella máxima de Epicuro. 

El probable dueño de la villa, Lucio Calpurnio Pisón Cesonino, fue suegro de César y cónsul en 58 a. de C. En Herculano recreó a gran escala el jardín epicúreo. Un gran peristilo porticado, una gran piscina rectangular, una colección de estatuas de bronce y mármol en derredor (muestras de ellas en una de las salas) formaban un lugar ideal para los placeres intelectuales, por no hablar de los sensoriales que proporcionaban las vistas al golfo de Nápoles desde otros puntos de la villa.  


El tablinum o despacho de la casa se nos ofrece reconstruido por medio de un cave (Cave Automatic Virtual Environment), método tecnológico que consiste en la proyección sobre las paredes de la habitación de imágenes generadas por computación gráfica con el fin de crear un ambiente tridimensional envolvente y con ello una «experiencia inmersiva» en el espectador.



Más adelante, la oscuridad del pasado deja paso a la claridad que supuso el descubrimiento de Herculano tras las excavaciones borbónicas del siglo XVIII. Desde este momento las salas ofrecen «relecturas dieciochescas» de la Villa de los Papiros: artística, científica (con la máquina de desenrrollar papiros que inventó el escolapio Antonio Piaggio) y editorial o bibliográfica. 

El visitante acaba el recorrido delante del famoso retrato de Terencio Neo y su esposa, cuya ubicación habitual es el Museo Arqueológico de Nápoles. La joven pareja pompeyana nos observa desde el otro lado del tiempo, sin sospechar que dos mil años después de posar ante el pintor serían ellos los observados por ojos tan curiosos como los suyos. Él apoya la barbilla en un libro —un volumen—, ella sostiene unas tablillas y se lleva un punzón a los labios, como pensando lo que va a escribir. Ambos comparten el mundo de la escritura y la lectura, quizá de la literatura. Un broche de oro para una magnífica exposición.



26 de noviembre de 2013

Venus pop

AFRODITA —Venus para los romanos— es la diosa más venerada de la Antigüedad y, por ser tan poderoso lo que representa (el amor, la belleza, la atracción sexual, la fecundidad), lo seguirá siendo de todos los tiempos. No como divinidad en sí, sino como fuerza vital e indudable aspiración de los seres humanos. 

Los griegos tenían dos versiones del nacimiento de Afrodita: la de Homero, que la considera hija de Zeus y la Oceánide Dione, y la más conocida de Hesíodo. Hesíodo la hace brotar ya hermosa de la espuma del mar formada por los genitales cercenados de Urano (aphros en griego significa 'espuma'). Y, en el Himno a Afrodita, el Céfiro la transporta en una concha hasta la isla de Chipre.

A partir de estas dos versiones, Platón (Banquete 180c) distinguía una Afrodita Urania o Celeste y una Afrodita Pandemo o Vulgar. Esto es, dos tipos diferentes de amor: el amor puro y espiritual, selecto y pederástico, y el amor carnal y popular «con que aman los hombres viles», que aman «más los cuerpos que las almas» y prefieren «individuos cuanto más necios mejor..., lo que el azar les depare».

En la Italia renacentista, Botticelli pintó El nacimiento de Venus (Uffizi, Florencia) poniendo en el centro del cuadro a una bella joven estilizada y pudorosa. Es una Venus celestial, neoplatónica, cuya imagen, sin embargo, ha sido fagocitada hoy en día por la cultura de masas para convertirla paradójicamente en una Venus popular, un icono del que los creativos artísticos acaban echando mano para elevar a la cima del sex-appeal a las "reinas" de la música pop.  












El último ejemplo de esto que decimos es el de Lady Gaga, que ha afirmado haberse inspirado en la Venus de Milo de Botticelli para su álbum Artpop (2013); erróneamente, porque si algún modelo tuvo presente el artista italiano para su lienzo no fue el de la Venus de Milo, sino el de la Venus de Médici. 

Unos años antes, las carátulas de los discos de las cantantes pop Christina Aguilera y Kylie Minogue se inspiraban también en la Venus de Botticelli. Christina Aguilera, en Lotus (2012), emerge con un fulgor incandescente de una flor de loto que hace las veces de concha venérea. Y Kylie Minogue se exhibe en Aphrodite (2010) —título bien explícito— sobre intensos tonos azules y blancos, que son los colores más representativos de las islas griegas del mar Egeo en las que antaño fue venerada y tuvo templos Afrodita. 

Quede para otra ocasión echar un vistazo a la influencia de esta Venus popular en el cine.


3 de noviembre de 2013

¿Por qué Grecia?

PRESTO especial atención a los artículos y pasajes de Mario Vargas Llosa que retratan a algún personaje literario o cultural de su tiempo, como el reciente sobre Martín de Riquer o aquel otro magistral sobre Julio Cortázar que luego amplió para la revista Claves con la valoración literaria del escritor argentino. Algunas veces, como las citadas, estos artículos son mucho más que obituarios (y nada rutinarios; no hay una sola línea rutinaria en ellos), puesto que trascienden las típicas características del género.

También son interesantes aquellos artículos que glosan o critican ensayos contemporáneos. De forma indirecta nos ponen al día de las corrientes de pensamiento que surgen en el mundo, aunque, como es sabido, desde una óptica conservadora, liberal, laica y cosmopolita. Uno de estos artículos político-culturales es el que Vargas Llosa dedicó no hace mucho a la helenista francesa Jacqueline de Romilly (1913-2010) y su obra Pourquoi la Grèce? (1992).

El escritor coincidió con la helenista en una cena, y en su artículo recuerda la fascinación que le produjo tanto ella personalmente como el libro que de ella había leído en el pasado, libro para el que reclama su lectura obligatoria. Cuando tantas veces expresa su discrepancia ideológica con otros intelectuales, en esta ocasión el premio Nobel de Literatura se rinde a las palabras y el pensamiento de Jacqueline de Romilly y al legado y los valores de la Grecia clásica, vigentes en la actualidad. Europa, concluye Vargas Llosa en este gran artículo, nació en Grecia y Grecia es el símbolo de Europa y no puede desaparecer engullida por la crisis económica y política.

 
¿POR QUÉ GRECIA?
En aquella cena, hace ya varios años, me sentaron junto a una señora de edad que cubría sus ojos con unos grandes anteojos oscuros. Era amable, elegante, hablaba un francés exquisito y, pese a que hacía grandes esfuerzos por disimularlo, en todo lo que decía y opinaba se traslucía una enorme cultura. Sólo a media cena advertí, por las grandes precauciones con que manejaba los cubiertos, que era ciega o, cuando menos, que su visión era mínima. Sólo después de despedirnos, averigüé que Jacqueline de Romilly era una gran helenista, catedrática de griego clásico en la École Normale y en la Sorbona, la primera mujer en ser elegida miembro del Colegio de Francia y una de las pocas representantes del género femenino en la Academia Francesa. 

El primer libro suyo que leí, Pourquoi la Grèce?, me deslumbró tanto como su persona. Aunque lo que dice y cuenta en él ocurrió hace 25 siglos, es de una extraordinaria actualidad y su lectura debería ser obligatoria en estos días para aquellos europeos que, espantados con lo que está ocurriendo en Grecia, su deuda vertiginosa, su anarquía política, su empobrecimiento pavoroso y la ascensión de los extremismos fascista y comunista en sus últimas elecciones, creen que la salida de ese país de la moneda única, e incluso de la Unión Europea, es inevitable y hasta necesaria. 

El libro cuenta cómo la joven Jacqueline leyó en sus años escolares a Tucídides y cómo la impresión que hizo en ella uno de los dos fundadores de la disciplina histórica (con Heródoto) orientó su vocación a los estudios de la Grecia clásica, a la que dedicaría su vida. El ensayo pasa revista, de manera clara, entretenida y profunda —rara alianza para una especialista— a ese milagroso siglo V antes de nuestra era en el que la historia, la filosofía, la tragedia, la política, la retórica, la medicina, la escultura alcanzan en Grecia su apogeo y sientan las bases de lo que con el tiempo se llamaría la cultura occidental. Homero y Hesíodo son bastante anteriores al siglo V, desde luego, y hay artistas, pensadores y comediógrafos posteriores a ese marco temporal. El ensayo no vacila en retroceder o avanzar para incluirlos en el legado griego, aunque el grueso de lo que llama “una visita guiada a través de los textos” se concentra en ese pequeño período de 100 años en que en el reducido espacio del mundo heleno hay como una eclosión frenética, enloquecida, de creatividad en todos los dominios del espíritu, con ideas, modelos estéticos, patrones intelectuales, inventos y descubrimientos, gracias a los cuales la civilización del logos tomaría una distancia decisiva respecto a todas las otras culturas del pasado y de su tiempo y, sin pretenderlo ni saberlo, cambiaría para siempre la historia del mundo. 

Jacqueline de Romilly muestra que en Grecia nacieron, o cobraron una realidad y dinamismo que nunca tuvieron antes en la vida social de pueblo alguno, los factores determinantes del progreso humano, como la democracia, la libertad, el derecho, la razón y el arte emancipados de la religión, las nociones de igualdad, de soberanía individual, de ciudadanía, y una manera absolutamente nueva de relacionarse el hombre con el más allá y con los dioses, además, por supuesto, de una idea de la belleza y de la fealdad, de la bondad y la maldad, de la felicidad y la desdicha, que, aunque con los inevitables matices y adaptaciones que ha ido imponiéndoles la historia, siguen vigentes. 

Maravilla que un pueblo tan pequeño y tan poco cohesionado políticamente, hecho de unas cuantas ciudades y colonias repartidas por Europa y el Asia Menor, que conservaban un enorme margen de autonomía entre ellas, un pueblo tan instintivamente reticente a conformar un imperio, a practicar el imperialismo y a someterse a la prepotencia de un tirano (como hicieron todos los otros) haya sido capaz de dejar en la historia de la humanidad una huella tan honda, tan presente todavía tantos siglos después, en tanto que casi todos los otros grandes imperios o civilizaciones —los persas y los egipcios, por ejemplo— sean ahora sobre todo, sin olvidar ninguna de sus maravillas, piezas de museo.

No fue un accidente, ni obra del azar, hubo razones para ello y el libro de Jacqueline de Romilly las hace desfilar ante nuestros ojos con la misma desenvoltura, belleza y elegancia con que su conversación me hechizó a mí aquella noche. Los diálogos socráticos y platónicos, además de una manera de filosofar, nos explica, enseñaron a los seres humanos que conversar, hablar en grupo, es una manera más civilizada y ética de convivir que dando órdenes u obedeciéndolas, una forma de la comunicación que reconoce o establece de entrada una igualdad de base, una reciprocidad de derechos, entre los interlocutores. Así fue surgiendo la libertad, desanimalizándose el hombre, naciendo de verdad la humanidad del ser humano. 

Esta demostración en Pourquoi la Grèce? no aparece como un discurso abstracto, sino a través de comentarios y de citas literarias, porque, como su autora no se cansa de repetirlo, todo aquello que constituye una cultura está esencialmente representado en sus obras literarias, y la verdadera crítica es aquella que escudriña la poesía, la narrativa, el drama, los ensayos que una sociedad produce en busca de esas verdades recónditas que alimentan su imaginación e impregnan las aventuras y los personajes a que sus artistas dieron vida para aplacar la sed de absoluto, de vivir otras vidas, de sus gentes. 

“Sin saberlo, respiramos el aire de Grecia a cada instante”, dice en una de sus páginas. No es la menor de las paradojas que los griegos, que nunca conquistaron a pueblo alguno y sólo combatieron en defensa de su libertad, hayan dominado luego discretamente al mundo entero, empezando por Roma, cuyas legiones creyeron apoderarse de Grecia sin esfuerzo, cuando, en verdad, sería el pueblo vencido el que terminaría por infiltrarse en la mente, el espíritu y hasta la lengua del conquistador. (El ensayo revela que, durante buen tiempo, fue de buen gusto entre las familias romanas contemporáneas de Cicerón y de Virgilio hablar en lengua griega). 

Es verdad que la Grecia de nuestros días es muy distinta de aquella donde se construyó el Partenón, en la que peroraba Solón y esculpía Fidias sus estatuas. En los 25 siglos intermedios su pueblo ha experimentado acaso más infortunios y catástrofes que la mayoría de los otros: guerras externas e internas, ocupaciones que por siglos acabaron con su libertad, tiranías y segregaciones que varias veces amenazaron con desintegrarla. Esta mañana leo en el International Herald Tribune una espeluznante descripción del estado de su economía, los grotescos privilegios de que han gozado en todos estos años sus armadores, banqueros y empresarios más prósperos, exonerados de pagar impuestos, y las fortunas que han fugado y siguen fugando del país hacia Suiza y los paraísos fiscales más seguros del planeta, en tanto que el pueblo griego se sigue empobreciendo, viendo encogerse sus salarios o pasando al paro, a la mendicidad y al hambre. 

Ante este panorama, lo que debería sorprender no es que muchos griegos hayan votado en las últimas elecciones por nazis y extremistas de izquierda; sino, más bien, que haya todavía tantos griegos que sigan creyendo en la democracia, y que las encuestas para la próxima elección señalen que los partidos de centro izquierda, centro y centro derecha, que defienden la opción europea y aceptan las condiciones que ha impuesto Bruselas para el rescate griego, podrían obtener la mayoría y formar gobierno.

Mi esperanza es que así sea porque, simplemente, Grecia no puede dejar de formar parte integral de Europa sin que ésta se vuelva una caricatura grotesca de sí misma, condenada al más estrepitoso fracaso. Europa nació allá, al pie de la Acrópolis, hace 25 siglos, y todo lo mejor que hay en ella, lo que más aprecia y admira de sí misma, incluyendo la religión de Cristo —una de las páginas más hermosas del ensayo de Jacqueline de Romilly explica por qué buena parte de los Evangelios se escribieron en lengua griega—, así como las instituciones democráticas, la libertad y los derechos humanos tienen su lejana raíz en ese pequeño rincón del viejo continente, a orillas del Egeo, donde la luz del sol es más potente y el mar es más azul. Grecia es el símbolo de Europa y los símbolos no pueden desaparecer sin que lo que ellos encarnan se desmorone y deshaga en esa confusión bárbara de irracionalidad y violencia de la que la civilización griega nos sacó. 

                               Mario VARGAS LLOSA, El País, 03-06-2012                                                                                 

23 de octubre de 2013

Estatua griega busca mecenas

EL Louvre de París pide una ayuda económica a los amantes del arte a fin de poder restaurar la famosa Victoria de Samotracia, escultura griega de época helenística que necesita de una mejora integral y de cuatro millones de euros para llevarla a cabo, uno de los cuales el que el venerable museo nos pide que financiemos entre todos.

Con esta iniciativa (Tous mécènes!), cualquiera de nosotros interesado en el arte puede convertirse en mecenas y emular, aunque sea simbólicamente y a pequeña escala, a aquel gran patrocinador de la literatura de época de Augusto llamado Gayo Cilnio Mecenas, que ha dado su nombre a quienes prestan apoyo material al arte y los artistas. Mecenas coloboró con el programa político de Augusto, cuando este llegó al poder, y benefició con propiedades a los poetas Horacio, Virgilio y Propercio, que a su vez le expresaron gratitud escribiendo poemas de exaltación del régimen augústeo.

La Victoria de Samotracia volverá a presentarse ante el público en el verano de 2014. Se espera que a su regreso haya recuperado las claras tonalidades originales del mármol de Paros en el que fue esculpida. Esta diosa de alas abiertas se eleva sobre la proa de un barco de mármol gris azulado. En las manos sostenía la trompeta con la que anunciaba una victoria. Fue hallada en 1863 en Samotracia, una isla poco conocida del norte del mar Egeo.    

5 de octubre de 2013

Steve Jobs y las humanidades


EN el campo de la tecnología informática, Steve Jobs (1955-2011) es comparable a Einstein en el campo de la física (¿alguien creyó de verdad que los neutrinos podían sobrepasar la velocidad de la luz, invalidando la teoría de la relatividad?), comparable a Picasso en la pintura, a Hitchcock en el cine..., genios todos ellos que «pensaron diferente», como proclamaba la campaña publicitaria de Apple Computer de 1997, y que hoy ocupan un puesto de honor en la historia de la cultura universal del siglo XX. 

Como empresario, Jobs convirtió a Apple en la empresa más valiosa del mundo en septiembre de 2011, unas semanas antes de fallecer.

Poco después de la triste y luctuosa muerte de Steve Jobs se publicó una extraordinaria biografía a cargo de Walter Isaacson, escrita con esa agilidad típica de la divulgación anglosajona. Sus 700 páginas se leen como nada. Están llenas de diálogos dentro de los párrafos y escenas que transportan al lector hasta la misma sede de Apple en Cupertino, donde, como si estuviera allí mismo, puede imaginarse perfectamente a Jobs gritando a alguno de sus empleados: «¡Esto es una mierda! Lo puedes hacer mejor». Es una biografía ecuánime. No pasa por alto los defectos del personaje, bastante horribles, en medio de su gran capacidad creativa y la pasión por sus productos.


La biografía de Isaacson recoge en varios pasajes la idea que el cofundador de Apple poseía de la tecnología y las humanidades. Por resumirla en una sola frase, diríamos que, para el hombre más creativo del planeta entre los siglos XX y XXI, la tecnología sin las humanidades carecía de sentido («La tecnología por sí sola no es suficiente...; la combinación de la tecnología con las humanidades es lo que ofrece resultados que llenan nuestro espíritu de regocijo...; existe una profunda corriente de humanidad en nuestra innovación», declaró en diversas ocasiones). 

El primer contacto que tuvo el joven Jobs con las humanidades en el Reed College no fue la lectura de la Ilíada o el estudio de las guerras del Peloponeso que mandaban —y a él le repelían— a los muchos hippies matriculados en aquella universidad, sino unas clases no obligatorias de caligrafía a las que asistió. La caligrafía es el antecedente y el fundamento de la tipografía y ambas son formas indudables de belleza. Ese primer contacto con la estética afloró en Jobs diez años más tarde, cuando el Macintosh incorporó un conjunto de tipos diseñados por Susan Kare y que a algunos aún nos gusta utilizar. Ambos detalles aparecen reflejados en el reciente filme jOBS (Joshua Michael Stern, 2013). 

Las varias revoluciones digitales que propició Steve Jobs nacieron de una concepción humanista de la tecnología. En las presentaciones de sus más aclamados productos Jobs solía poner una última diapositiva con las señales entrecruzadas de las calles de la tecnología y de las humanidades (liberal arts). En esta intersección residía él, solía decir. Y recordaba que los primeros ingenieros de Apple habían sido también músicos o poetas.


La lección de Jobs y Apple está bastante clara: integrar. No separar, como hacen Europa (Bolonia) y España, apartando y rechazando de la tecnología la música, la poesía y el arte.

W. Isaacson, Steve Jobs, Barcelona: Debate, 2011, pp. 17-18, 476-477, 618, 656-657, 703.

14 de septiembre de 2013

Mitología clásica a la americana

PERCY Jackson es un chaval de doce años con hiperactividad y dislexia (salvo para el griego clásico). Le encantan las clases de mitología de su profesor de latín, el profesor Brunner, que se mueve en silla de ruedas motorizada y confía mucho en él. Grover, el amigo de Percy, es canijo y tiene el pelo rizado. La madre de Percy trabaja en una confitería, su verdadero padre nunca ha estado presente en su vida y su padrastro es un indeseable.

Percy está en peligro y sólo estará a salvo en un campamento deportivo con jóvenes de sus mismas características. Allí le llevan su madre y Grover y allí le está esperando Brunner.

Entonces descubrimos que nada es lo que parece; que, en realidad, Brunner es el centauro Quirón, Grover un sátiro protector que aspira a subir de categoría en el campamento, y Percy, un hijo del dios Poseidón. ('Posidón' es la transcripción correcta del nombre, pero extraña al gran público).


Y es que el Olimpo y todos sus dioses, después de haber recorrido varios países de Europa, entre ellos España, se han instalado en los Estados Unidos, como no podía ser de otro modo; concretamente, en la inexistente planta 600 del Empire State de Nueva York (¿nos echamos a reír?). Así, el mundo ha llegado a su Quinta Edad, la Edad del Oeste (la del Imperio Americano, se entiende), que salta a la vista a cualquier joven estadounidense cuando estudia los edificios neoclásicos de su país o ve la estatua de Prometeo en el Rockefeller Center. 

Estas son las premisas de la novela Percy Jackson y el ladrón del rayo, del escritor norteamericano Rick Riordan (n. 1964), que fue llevada al cine en 2010 con bastante fidelidad al texto original (no entramos en las diferencias entre novela y película, que las hay) y ahora tiene su continuación en Percy Jackson y el Mar de los Monstruos

De la biografía del creador de esta serie, ya cerrada, de cinco novelas, publicadas entre 2005 y 2009 bajo el título genérico de Percy Jackson y los dioses del Olimpo, nos sorprende que durante un tiempo se ganara la vida contando mitos clásicos a jóvenes con problemas escolares semejantes a los de su personaje. Una forma de ganarse la vida que la rancia y encorsetada España restringe todo lo que puede. 

En la versión cinematográfica de la primera entrega de la serie veíamos un totum revolutum de seres de la mitología clásica: una furia, un minotauro, los lotófagos, los centauros, una hidra, la medusa, el can Cerbero, el barquero Caronte; y a los dioses infernales Perséfone y Hades en papeles estelares.

 


A cambio de visualizar los monstruos por medio de los efectos especiales del cine del siglo XXI, los puristas de la mitología clásica tuvimos que aceptar pasmados los abusos mitológicos y los guiños americanos sonrojantes de Riordan y/o los productores de la película (el iPod, las Converse), aunque luego son los que más gustan al público juvenil de todo el mundo. Una cosa iba por la otra.

Esta segunda entrega, Percy Jackson y el Mar de los Monstruos, aporta dos nuevos personajes principales: a Percy, Grover y Annabeth (hija de Atenea) se suman ahora una engreída hija de Aresque acaba reconociendo el liderazgo del protagonista, y un joven cíclope de un solo ojo, que es hijo de Poseidón y lógicamente hermanastro de Percy (en realidad, más «legítimo» que Percy, que a juzgar por su nombre, Perseo, debería ser hijo de Zeus). 

Juntos van a buscar el Vellocino de Oro (nada que ver con la aventura originaria), se enfrentan al cíclope Polifemo, a Crono y a otros enemigos y peligros, como el torbellino Caribdis que vemos en el siguiente clip:



Percy Jackson y el Mar de los Monstruos (2013)   
Percy Jackson y el ladrón del rayo (2010) 

Rick Riordan, Percy Jackson y los dioses del Olimpo, Barcelona: Salamandra, 2006-2010; El ladrón del rayo (2006)
Percy Jackson y el ladrón del rayo (Chris Columbus, 2010)
Percy Jackson y el Mar de los Monstruos (Thor Freudenthal, 2013) 

6 de septiembre de 2013

Cultivar la vid siguiendo a Virgilio

EN Catania (Sicilia), en las laderas del Etna, quieren hacer un experimento arqueológico consistente en cultivar viñedos siguiendo las indicaciones de los escritores clásicos Virgilio y Columela

Virgilio, el poeta más importante de la literatura latina y uno de los más grandes de la literatura universal, compuso todo un poema didáctico dedicado a la agricultura, las Geórgicas, y, dentro de él, en el libro II, una buena porción de versos se centraba en el cultivo de la vid (II 274-419). Columela, gaditano de nacimiento, escribió a mediados del siglo I el tratado técnico más completo sobre la agricultura, el De re rustica.

Podemos pensar que Virgilio se familiarizó con la viticultura en algunas de las regiones italianas que conoció: el valle del Po (en Mantua nació, en Cremona recibió su formación inicial), la Campania (en Nápoles compuso las Geórgicas) o la Magna Grecia (en Tarento residió con frecuencia). Ser hijo de campesino no debió de serle inútil en su conocimiento del mundo rural. 

Luego, empapado de autores anteriores que escribieron obras técnicas sobre agricultura, fue animado por Mecenas a componer un poema en el que, entre otras muchas cosas, trata sobre el cultivo de la vid.


...Elegir el terreno (en llano o en pendiente). Alinear las cepas. Espaciar las hileras de forma simétrica. Plantar superficialmente. No orientar el viñedo a poniente. No plantar árboles entre las vides (no avellanos o acebuches; olmos, sí). Plantar en primavera o en algún día frío de otoño. Abonar con abono espeso. Cubrir el abono con piedras absorbentes. Aporcar las raíces. Trabajar el suelo. Arar la tierra. Poner estacas y horquillas de sujeción. Arrancar las hojas con las manos. Podar las ramas. Poner cercas (para que no entre el ganado). Sacrificar un cabrón a Baco (con el mismo propósito). Antes de todo esto, roturar la tierra cada año tres o cuatro veces. Cavar la tierra. Limpiar la maleza. Quemar los sarmientos. Atar las vides. Temer a Júpiter (porque pueda llover o granizar). Vendimiar tarde… 

Son preceptos que el poeta transformó en poesía inmortal, no en ciencia, y que ahora, imaginamos, habrán seguido los investigadores para ofrecernos dentro de unos años una primera cosecha de vino tal como lo elaboraban los antiguos romanos.