8 de septiembre de 2012

'Prometheus' / Prometeo

EL título de la película de Ridley Scott, Prometheus (2012), es el nombre de la nave espacial cuyos tripulantes principales —los arqueólogos Elizabeth Shay (Noomi Rapace) y Charlie Holloway (Logan Marshall-Green), y alguno más que no se puede desvelar—, tienen como objetivo ir a un lejano planeta al encuentro de los creadores de los hombres (los llamados «Ingenieros»). Y Prometeo, de quien en consonancia recibe el nombre la nave, es el titán que creó a la raza humana según una versión mitológica en origen poco importante, pero con gran fortuna a partir del romanticismo inglés. 


Este es el tema central de la película, una antropogonía (¿quién creó a los hombres?, ¿cómo nacieron?), a partir de un mito clásico que se menciona en la película sin más profundidad. 

Hay que decir que en la mitología griega Prometeo es el titán filantrópico («que ama a los hombres») que se rebela contra los dioses, los desafía, los engaña, les roba el fuego para beneficiar a su querida raza humana y, por ello, es castigado a que un águila le devore el hígado constantemente y constantemente se le regenere.



Ningún autor antiguo de los que personalizaron el mito (Hesíodo, Esquilo, Platón) habla de que Prometeo creara a los hombres; pero sí hay una tradición en este sentido, también antigua, popular y más o menos bien establecida. Los románticos europeos, especialmente los ingleses, abanderados por los poetas Lord Byron y Percy W. Shelley, sintieron gran simpatía por Prometeo, pues para ellos representaba el símbolo de la rebeldía. 

En este ambiente romántico, Mary Shelley, la segunda esposa de Shelley, escribió una novela gótica, Frankenstein o el moderno Prometeo (1818), que hoy es considerada la primera novela del género de ciencia-ficción. El doctor Victor Frankenstein, como hiciera Prometeo en esa versión secundaria del mito, intenta crear vida humana, pero en su caso con consecuencias terroríficas. 

En la película de Ridley Scott, son los Ingenieros los creadores de los hombres, y también con fatales consecuencias…

2 de septiembre de 2012

La restauración de un 'ecce homo'

ESTE verano nos ha dejado dos acontecimientos «culturales» novelescos, cuya difusión por los medios de comunicación ha permitido poner en boca de las gentes dos títulos en latín. Me refiero, claro está, a la feliz recuperación del Codex Calixtinus y a la desgraciada restauración pictórica del Ecce homo de Borja (Zaragoza). 

Ecce homo ('He aquí el hombre', 'Ahí tenéis al hombre') es un latinismo que procede de la traducción latina (la Vulgata de San Jerónimo, del siglo IV) del pasaje del evangelio de San Juan (Jn 19, 5) en el que Poncio Pilato presenta ante el pueblo a Jesucristo, después de flagelado, con una corona de espinas y un manto de color púrpura. El arte, a partir del siglo XV, ha representado en pintura y escultura esta imagen religiosa maltrecha, que ha dado lugar a la expresión 'ecce homo' para describir la apariencia física desastrosa y magullada de una persona: «estar hecho un eccehomo», igual que «estar hecho un cristo».


El Codex Calixtinus fue robado de la catedral de Santiago de Compostela y, ya recuperado, se habrá podido ver que no era una obra cualquiera, sino un manuscrito iluminado (ilustrado) del siglo XII, de grandísimo valor cultural, artístico, literario, lingüistico y, por supuesto, bibliográfico. La parte de este códice más difundida es el libro V, un itinerario (o, como diría un periodista inspiradamente, una «guía turística», la primera de todas) del Camino de Santiago. 'Calixtino' se llama por serle atribuida su composición al papa Calixto II.

Ambos términos han rebasado de forma natural el ámbito de los especialistas (arte y literatura, respectivamente) para ser de dominio público y de conocimiento general —y si no ha sido así, es una lástima— por parte de cultos y profanos. 

Me abstengo de comentar las posibilidades jocosas que tienen los pormenores de ambos sucesos.