22 de noviembre de 2012

Los cuervos de Esopo


POR las fábulas de Esopo desfilan leones temibles, zorras astutas, burros engreídos, lobos hambrientos y voraces, y unos pocos cuervos, pero no muy inteligentes. Uno de ellos, por vanidad, deja caer del pico un trozo de carne (o de queso) que recoge la zorra. Otro es mordido por una serpiente al haberse atrevido a lanzarse contra ella. Otro, en fin, tuerto, es objeto de burla al no haber sido capaz de vaticinar su propia desgracia, siendo así que en la Antigüedad el cuervo era el ave de los (malos) augurios.

Una cosa son las «fábulas de Esopo» y otra las «fábulas esópicas». Y entre estas, que ya abarcan a todas, pueden aparecer algunos cuervos inteligentes, como ocurre en la fábula de El cuervo y la jarra, en la que un cuervo echa piedrecitas en una jarra para poder —poniendo en práctica el principio de Arquímedes alcanzar el agua y saciar la sed. (La moraleja que encierra es: «el hambre aguza el ingenio»). 

La inteligencia de los cuervos, corroborando la fábula esópica, fue probada por los científicos hace ya tiempo, y lo que últimamente se ha dado a conocer se refiere, con el mismo experimento, a niños de hasta siete años cuya inteligencia se ha equiparado a la de los cuervos (y, en consecuencia, la de los cuervos a la de niños de hasta siete años). El caso es que los periodistas, alucinados por el cuervo inteligente del viejo Esopo, han preferido rescatar la antigua noticia en detrimento de la nueva. 

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