21 de mayo de 2012

Cultura clásica mediterránea

EN el escritor Manuel Vicent la valoración de la cultura clásica no es un hecho ocasional, sino que está presente en sus obras como consecuencia de su propia forma de entender la vida, que, siendo nacido en Castellón, tiene que ver con sus raíces mediterráneas.

Cultura clásica mediterránea es un evidente pleonasmo.

Muchas columnas periodísticas de Vicent (algunas recogidas en el volumen Las horas paganas) contienen referencias a los personajes más significativos del mundo antiguo. La mayoría de las veces son un inevitable punto de comparación, por contraste, con el mundo moderno. Los filósofos griegos, los poetas latinos... aparecen en sus columnas con el mayor de los prestigios. La estima por ellos es total, literaria y culturalmente, o al menos simbólicamente.

Los acontecimientos actuales del presente hacen pensar a Vicent en los clásicos de la Antigüedad. El probador de las tiendas de ropa es la nueva caverna de Platón. Los cuerpos de los atletas de unas olimpiadas modernas se comparan con las estatuas que esculpieron los antiguos griegos. El descubrimiento de unas bacterias corrobora la existencia de los átomos que ya cantó el poeta Lucrecio en el siglo I a. de C. en su obra De rerum natura.

Lucrecio, por lo demás, fue un poeta filosófico que divulgó el epicureísmo, y el epicureísmo vital, el del goce sencillo de los sentidos, es parte esencial de las columnas de 350 palabras de Manuel Vicent. El siguiente texto reactualiza el tópico horaciano (epicúreo) del carpe diem de forma subversiva y escapista.

DESAFÍO
Vamos a estar tanto tiempo muertos que no hay por qué precipitarse. Brindemos, pues, ahora. Tendremos toda la eternidad para soñar que la muerte ha convertido cualquier ambición en polvo de cangrejos. Durante este largo sueño oiremos en el fondo del mar indefinidamente la nana que nos cantaba nuestra madre, e incluso remando allí abajo en la barca de Caronte perderemos la tripa sin necesidad de seguir el régimen de las zanahorias, pero mientras la muerte no llega, al menos que el desdén nos mantenga vivos e ilesos. Ahora los políticos no cesan de recordar que estamos muy cerca del abismo. Una forma de resistencia civil consiste en bailar el tango al borde de ese acantilado que ellos nos deparan. Empieza a ser de mal gusto hablar de crisis en ciertos círculos refinados. Tampoco los rebeldes comentan ya las moscas de Somalia ni las bombas de Sarajevo, aun en el caso en que éstas transforman de repente una panadería en una carnicería. Cada uno tiene su propio refugio dentro de la insolidaridad general. Unos necesitan la ira para sobrevivir; a otros sólo les basta el miedo. Los más sabios han buscado cobijo en el pequeño placer de cada día, cuyo techo está acorazado contra los agoreros que bombardean nuestra existencia con próximas calamidades. Habiendo quedado claro hasta qué profundidad puede llegar la miseria humana, algunos espíritus muy avanzados creen que, encontrando en el interior de uno mismo un poco de dignidad o de belleza, toda la humanidad se regenera, del mismo modo que si uno se siente vivo, toda la vida se salva. Ya no hay infierno. Ahora sólo existe la crisis. Y ésta también tiene sus profetas, que la usan para amedrentarnos. Por todas partes suenan los clamores de nuevas pestes y de inmediatas catástrofes económicas. Las imágenes de hambre y fuego y el horror que ellas sustentan sirven de cobertura a nuestros políticos para que les agradezcamos las dos raspas de sardinas que nos aguardan. Un modo de evadirse de la realidad consiste en seguir viviendo.   
                                         
                                              Manuel  VICENT, El País, 13-09-1992
                                              Las horas paganas (1998), pp. 205-206                                                   

El estilo de Vicent es inconfundible, como el de pocos estilistas de la prensa de papel (Umbral, Millás). No necesita firma para ser reconocido. Típico suyo son las frases breves y solemnes y el contraste irónico de conceptos. No he visto mejor expresada la dualidad del mundo romano (civilización y crueldad) que en estas palabras suyas metafóricas que extraigo de la columna Positivo:
<< Todos los grandes poemas de la antigüedad aún están chorreando sangre. Sin duda, Virgilio y Horacio tenían una extraordinaria sensibilidad. No obstante, podían pasear sin inmutarse por la Vía Apia, llena de reos crucificados, departiendo sobre los recentales. También ellos mismos eran capaces de azotar a cualquier esclavo rebelde hasta desollarlo y a continuación enhebrar el verso más sublime. >>
The Siesta. Escena pompeyana (detalle), Lawrence Alma-Tadema, 1868 (Museo del Prado)

7 de mayo de 2012

El latín y la Botánica

EL periodista tituló con evidente desapego: El latín, ni para la botánica. Con esta frase tan antipática expresó (a lo mejor ni quiso hacerlo) que el latín ya no sirve para nada, ni siquiera para describir las especies botánicas como hasta este momento ha sido. Podía haber titulado, cierto que con menos concisión: «El latín, destronado en la descripción botánica», o «El inglés se homologa al latín en la descripción botánica», o similar; pero eligió la vía peyorativa y no fue del todo justo con la noticia y con el latín.

La cuestión es que, al investigador que hasta ahora descubría una nueva especie botánica, la tradición le obligaba a hacer una breve descripción de la especie en latín (llamada diagnosis) para facilitar la identificación por la comunidad científica internacional. A partir de ahora, ya no va a ser obligatorio utilizar el latín, pues la mayoría de los científicos, no digamos los denominados «no occidentales», carecen de conocimientos de latín para redactar unas frasecillas que no tienen por qué ser más ambiciosas que las que en estilo 'tuit' ya escribió Linneo en su Species plantarum de 1753.



Linneo (Carl von Linné o, con su nombre académico, Carolus Linnaeus) fue un naturalista sueco del siglo XVIII, considerado el padre de la botánica y el primer clasificador sistemático de las plantas y los animales. A él se debe la primera taxonomía (clasificación) de las plantas escrita en latín, que todavía está vigente. Consiste en un binomio que nombra el genus y la especies de la planta; el botánico sabe por su nombre latino linneano que la margarita española o la daisy anglosajona es la misma flor, la Bellis perennis L. 


El latín no es sustituido ni erradicado, sino que permanece como optativo en la descripción de las nuevas plantas que se descubran. A muchos científicos les puede o les debería interesar estudiar latín; entre ellos, a los botánicos.